El cielo será tan diferente al del mundo actual, que para describirlo se requiere de expresiones negativas, asà como también de las anteriores cosas positivas. El describir lo que está totalmente fuera del alcance del entendimiento humano, también requiere señalar cuanto difiere de la presente experiencia humana. El primer cambio que experimentarán los creyentes en el cielo, con relación a su vida terrenal, es que enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos (cp. 7:17; Is. 25:8). Eso no quiere decir que las personas que lleguen al cielo estarán llorando y Dios las consolará. No estarán, como algunos piensan, llorando al enfrentar el registro de sus pecados. No hay tal registro, porque "ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús" (Ro. 8:1), ya que Cristo "llevó Ãl mismo nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados" (1 P. 2:24). Lo que declara es la ausencia de cualquier cosa por la que sentir pesar; no habrá tristezas, ni desconsuelos, ni dolor. No habrá lagrimas por desgracias, lágrimas por amores perdidos, lágrimas de remordimiento, lágrimas de arrepentimiento, lágrimas por la muerte de seres queridos o lágrimas por cualquier otra razón. Otra notable diferencia del mundo actual será que en el cielo ya no habrá muerte (cp. Is. 25:8). Ya no habrá esa gran maldición sobre la humanidad. Como prometió Pablo, "sorbida es la muerte en victoria" (1 Co. 15:54). Tanto Satanás, que tenÃa el poder de la muerte (He. 2:14), como la misma muerte, habrán sido lanzados al lago de fuego (20:10, 14). . . .